Por: Ángela Lugo.
Posiblemente, “cada cabeza es un mundo” sea la mejor manera de explicar el por qué del comportamiento, gustos y pensar de alguna de las cientos de miles de personas que poblamos este planeta, debido a la gran discrepancia existente entre las diversas maneras de pensar. De igual manera, excusas extendidas y razones no tan razonables son usadas con el mismo propósito de dar sentido a diferentes situaciones y posiciones. A fin de cuentas, nunca existirán dos maneras iguales de ver el mundo.
En “La Declaración Universal de los Derechos Humanos” se expresa que “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. La diversidad de pensamiento hace de cada ser humano un individuo único y especial, enriquece la cultura y hace de nuestra sociedad un escenario de libre montaje. Por otro lado, todo derecho obtenido conlleva a una posterior responsabilidad. ¿Hasta qué punto un derecho ha de sobrepasar el sentido común y los valores? En una sociedad carente de respeto, donde día a día exigimos derechos, hemos descuidado los pilares fundamentales de la convivencia, tales como la tolerancia, cooperación, honestidad, entre otros.
Sin lugar a dudas, cada persona defiende su punto de vista hasta el final. Pero ¿Qué pasa cuando la frontera de tu mundo se encuentra con la de otro individuo? ¿Acaso la intolerancia y el egoísmo nos llevarán a un resultado que sea de provecho para ambos mundos? ¿O nos será mejor rescatar los valores que hemos pedido?
Cada cabeza es un mundo y por ese motivo debemos respetar a todo aquel que piensa diferente a nosotros. La tolerancia nos hace mejores seres humanos, capaces de convivir en paz y unidos a pesar de las diferencias.
ResponderEliminarExcelente artículo para estos tiempos...
ResponderEliminar